martes, 30 de octubre de 2018

La historia evolutiva de la calabaza


La noche de las calabazas vivientes


Grandes, terroríficas, iluminadas desde el interior… Las calabazas son uno de los símbolos más reconocibles de Halloween. ¿De dónde vienen, qué hacen aquí y qué quieren de nosotros? Al margen de la tradición de utilizarlas como linternas en las festividades de la Víspera de Todos los Santos, el éxito de las calabazas proviene en primer lugar de sus propiedades nutricionales, el tamaño de su fruto y las grandes posibilidades que ofrece su cultivo. Si quieres saber más sobre ellas, atrévete a leer la entrada de esta semana sobre el origen y los usos de la calabaza.



La calabaza de Texas


Las típicas calabazas de Halloween son una subespecie de Cucurbita pepo, especie a la que también pertenecen otros tipos de calabaza y los calabacines. El género Cucurbita incluye unas catorce especies con multitud de variedades. El número no es exacto porque  dependiendo de los autores hay calabazas que pueden ser consideradas como variedades o como especies. En cualquier caso, todas son originarias de América y cinco de ellas (o seis, según algunos autores) están domesticadas, es decir, son plantas que se cultivan como alimento. Entre ellas, Cucurbita pepo es la más generalista, ya que puede crecer en hábitats muy diferentes, y es por ello la más utilizada.



De manera más general, también se llama “calabaza” a grupos de plantas emparentados con Cucurbita pero que se encuentran en otras partes del mundo. Por ejemplo, las conocidas como calabazas de peregrino (género Lagenaria), que pueden encontrarse en regiones templadas de todo el globo o las llamadas “calabazas blancas” (género Benincasa), típicas de Asia.

Género Lagenaria


Género Benincasa



La mayoría de las calabazas son plantas anuales, rastreras o trepadoras con un fruto grande de cáscara dura y semillas también grandes que suele servir como alimento a mamíferos de gran tamaño.


La calabaza de la noche de Halloween


Además de su uso en alimentación, las calabazas son sin duda famosas por su uso como farolillos en la festividad de Halloween o Víspera de Todos los Santos. Existen varias leyendas que asocian estos faroles con celebraciones relativas al comienzo del invierno, y para resumir parece ser que estas calabazas representan malos espíritus o se hacen con la finalidad de espantarlos. 


Aunque son muchas las culturas que han esculpido rostros humanos o semi-humanos en los vegetales, se cree que la costumbre de esculpir calabazas procede de los irlandeses que emigraron a Norteamérica en el siglo XIX. En su Irlanda natal, estos emigrantes utilizaban nabos, pero al llegar al Nuevo Mundo les resultó mucho más fácil encontrar calabazas que nabos. 


 De hecho, las calabazas son una elección perfecta para esculpir linternas de Halloween ya que, debido a su gran tamaño y su cáscara gruesa y dura, son relativamente fáciles de tallar. Además, son frutos típicos de esta temporada del año.




La semilla (de calabaza) del mal


El origen de las calabazas se encuentra en las zonas secas de Méjico y el sur de Estados Unidos, hace unos 11 millones de años. Aún hoy, en estos lugares podemos encontrar algunas especies perennes del género Cucurbita adaptadas a la escasez de agua.

Lo más habitual en las plantas cultivadas es que a partir de la domesticación de una especie surjan varias especies domésticas. Sin embargo, se cree que las cinco o seis especies cultivadas de Cucurbita se domesticaron de manera independiente, lo cual dice mucho sobre su versatilidad y su potencial como alimento.



Se han encontrado evidencias del cultivo de la calabaza de hace más de 10.000 años, es decir, que la calabaza es una de las plantas que el ser humano lleva más tiempo utilizando. Además, las calabazas ostentan el récord de ser las plantas domesticadas con el fruto más grande en comparación con sus parientes silvestres.




Calabnormal Activity


La calabaza suele recomendarse como un alimento sano y nutritivo porque contiene mucha agua y mucha fibra. Además, como indica su color naranja, tiene carotenoides (también presentes en las zanahorias o el tomate), unos compuestos relacionados con la vitamina A (que, entre otras funciones, ayuda al buen funcionamiento de la retina y del sistema inmunitario). Su pulpa se utiliza habitualmente en multitud de platos, desde dulces a cremas, pero también pueden consumirse sus semillas y su cáscara. De hecho, hay evidencias de que las culturas pre-hispánicas de Méjico ya utilizaban todas las partes de la calabaza para diversas recetas.


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Fuentes consultadas:

  • Un artículo que examina la filogenia (relaciones de parentesco) de las especies del género Cucurbita (Kates, Soltis y Soltis, 2017).
  • Y otro que además analiza su biogeografía (historia geográfica de la aparición y distribución de las especies) (Castellanos-Morales et al., 2018).
  • Tampoco me ha venido mal echar un ojo a la página de Wikipedia sobre las calabazas y la especie.
  • Y leí varios artículos sobre platos y dulces elaborados con calabaza como este, este y este.

Fuentes de las imágenes:


miércoles, 24 de octubre de 2018

El reloj biológico y el cambio de hora


Cinco minutitos más…

Todos los años igual. Llega octubre y ¡zas!, se adelanta el reloj una hora. Dicen que así se ahorra luz y se aprovecha más la jornada de trabajo, pero a muchos esa hora nos descuadra todos los horarios y nos hace sentir más cansados. El mismo problema sucede en marzo, cuando volvemos a atrasar los relojes. Es tal la molestia que algunos países que tradicionalmente realizaban este cambio han decidido adoptar un horario único, aunque el cambio de hora todavía sigue vigente en unos setenta países (alrededor de un cuarto de la población mundial). ¿Por qué cambiamos la hora? ¿Es efectivo? ¿En qué nos afecta? En la entrada de hoy hablamos de la relación entre la hora convencional y nuestro propio reloj biológico.



¿Qué es el reloj biológico?

Desde el mismo origen de la vida, los organismos han estado sometidos a la variación periódica del día y la noche. Como los consiguientes cambios de luz y temperatura afectan a los procesos biológicos, los seres vivos realizan actividades diferentes en cada momento del día. Esto se ve reflejado a todas las escalas, desde la fisiología hasta el comportamiento.

Por ejemplo, los organismos que obtienen su energía de la luz solar (no solo plantas, sino también multitud de bacterias) suelen realizar la fotosíntesis durante el día mientras que por la noche se ocupan de otras actividades, como la formación de nutrientes que pueden ser difíciles de sintetizar en presencia del oxígeno que desprende la fotosíntesis. En animales, las cantidad de luz no solo regula las fases de sueño (que pueden ser de noche o de día dependiendo de la especie) sino también el momento del día en el que buscar comida o el momento del año en el que comienza la hibernación.


Estas variaciones se denominan ritmo circadiano (del latín circa, “alrededor” y diem, “día”) o biorritmo.


¿Cómo funciona el reloj biológico?

Sorprendentemente, los mecanismos que controlan la actividad del reloj biológico son muy similares en todos los organismos, desde las células evolutivamente más antiguas hasta los vertebrados de aparición más reciente. Se dice que poseemos genes análogos o equivalentes, es decir, que sin ser los mismos realizan una función muy parecida.


Sin entrar en tecnicismos, el funcionamiento de estos genes se basa en que se activan o inactivan en condiciones de luz o de oscuridad y, de esa forma, influyen en la producción de proteínas relacionadas con las distintas actividades que realiza el organismo a lo largo del día. Por ejemplo, el primer gen que se descubrió asociado al reloj biológico, en 1984, pertenece a la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) y se denomina period. Durante la noche este gen produce una proteína llamada PER. Sin embargo, cuando hay grandes concentraciones de PER (que resulta ser al final de la noche) se inactiva el gen period, y de esa manera la cantidad de PER se autorregula. La cantidad de PER que hay en la célula en un momento dado es por tanto indicadora de la hora del día y puede dar pistas al organismo sobre cuándo tener una mayor o menor actividad motora o el momento de eclosión de los huevos.


PER no es la única proteína que actúa en este proceso, sino que interacciona con otras en una serie de retroalimentaciones positivas y negativas según el ritmo diario de veinticuatro horas. Del mismo modo, se han encontrado genes que realizan una función similar en otros organismos. Estos mecanismos son tan importantes que siguen funcionando incluso en condiciones perpetuas de luz o de oscuridad y además tienen la capacidad de “reiniciarse” ante pequeños o grandes cambios en el ritmo día-noche. Este reinicio es lo que, cuando viajamos a un lugar lejano, nos permite acostumbrarnos a las nuevas condiciones tras el conocido jet lag. Por si fuera poco, los individuos que tienen algún defecto en los mecanismos del reloj biológico (por ejemplo, su ciclo diario dura más o menos de veinticuatro horas) tienden a tener una menor eficacia biológica, es decir, menos probabilidades de sobrevivir y dejar descendencia.

La identificación y el estudio de estos genes, comenzó en la década de los setenta y ochenta, dando inicio a la llamada cronobiología. Desde entonces, su alcance ha sido tal que en 2017 los primeros científicos que investigaron acerca de esta disciplina (los americanos Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young) fueron condecorados con el Premio Nobel de Medicina.



¿Qué es la hora?

Debido a los evidentes cambios en los organismos a lo largo del día, todas las culturas se han esforzado por medir el tiempo, e incluso adaptarlo a las variaciones estacionales. Los romanos ya dividían el día en veinticuatro horas, solo que para ellos el día siempre duraba doce horas y la noche, otras doce. Es decir, como en verano los días son más largos, las doce horas del día eran también más largas comparadas con las del invierno, mientras que las doce de noche eran más cortas.


Aunque la hora es una convención humana y ningún horario es tan exacto como nuestro reloj biológico, establecer una hora común facilita las comunicaciones, el comercio y, a día de hoy, nos permite saber cuánto tardaremos de casa al trabajo o en qué momento exacto tenemos cita con el dentista. Estas ventajas se hicieron evidentes en la Norteamérica de finales del siglo XIX, donde se había generalizado el uso del ferrocarril como transporte de pasajeros. Y es que el hecho de que cada una de las ciudades por las que pasaba el recorrido tuviera una hora distinta hacía muy difícil saber a qué hora llegaba tu tren. Por eso, las líneas de ferrocarril fueron las primeras en establecer un horario único.


Durante dicho siglo, en que las relaciones internacionales comenzaban a ser más intensas e inmediatas, se hicieron varias propuestas para unificar la hora, hasta que se celebró la Conferencia Internacional del Meridiano de 1884 (Washington D.C.). Allí se decidió adoptar un día universal con una duración de veinticuatro horas con inicio en el Meridiano de Greenwich (estableciendo que existen veinticuatro horas entre dos de los amaneceres de Greenwich). De esa manera se dividió la Tierra en veinticuatro husos horarios de manera que cada huso tiene una hora de diferencia con sus dos husos vecinos. A principios del siglo XX el uso de este sistema ya se había extendido a todo el planeta.



¿Por qué se cambia la hora?

La duración de los días (horas de sol) casi no cambia en el Ecuador, pero según nos alejamos de él se aprecia una variación notable dependiendo de las estaciones del año. Originalmente, el horario establecido era el que hoy utilizamos como horario de invierno, pero esto provoca que, en latitudes como las de Europa y Norteamérica, la hora de inicio de la jornada sea demasiado tardía en verano, desaprovechando horas de luz por la mañana. Por eso, durante el siglo XX se propusieron varias opciones para adelantar la hora en verano y así aprovechar las horas de luz vespertinas a la vez que alargar las tardes. Es decir, se trataba de que la jornada de trabajo coincidiera con las horas de luz para ahorrar en iluminación. Esta idea fue especialmente popular durante las Guerras Mundiales, debido a la necesidad de ahorrar materiales como carbón y velas, pero no se generalizó hasta los años setenta, cuando se consideró una buena medida para contrarrestar la generalizada crisis energética.


Por otra parte, a día de hoy prácticamente en todas las épocas del año nos levantamos antes de que salga el sol y nos acostamos después de que se ponga. Además, el uso de la iluminación artificial y los dispositivos electrónicos está generalizado a todas horas del día. Por razones como estas, se ha sugerido que el supuesto ahorro del cambio de hora puede no ser tan efectivo como hace unas décadas.



¿Qué ocurre al juntar tu reloj biológico con la hora “artificial”?

Como ya hemos mencionado, el concepto de hora es convencional y no se ajusta a las variaciones luz-oscuridad con tanta precisión como nuestro reloj interno, lo que puede suponer un desajuste. Además, no todos tenemos exactamente el mismo biorritmo, sino que existen personas que están más activas por la mañana (a las que llamaremos “madrugadores”), otras que están más activas por la noche (“noctámbulos”) y otras que no presentan ninguna de estas tendencias (“neutrales”). Estos patrones pueden verse influenciados, además de por la genética de cada uno, por la edad o el sexo.


Estos comportamientos se han asociado a diferencias en las oscilaciones de la temperatura corporal, que es un buen indicador de la actividad metabólica general, a lo largo del día y su amplitud. La temperatura mínima del cuerpo suele observarse a la mitad de las aproximadamente ocho horas de sueño que suele dormir un adulto por la noche, asociada al momento del día en que el cuerpo tiene un menor nivel de actividad. Resulta que los madrugadores alcanzan esta temperatura mínima unas dos horas antes que los noctámbulos (según el estudio que he consultado, realizado por centros de investigación de Illinois, Estados Unidos, la temperatura mínima para los madrugadores sería a las 3:50 y, para los noctámbulos, a las 6:01). Además, este momento de mínima actividad para los madrugadores sí que aparece aproximadamente a la mitad del sueño, pero en los noctámbulos está más cercano a la hora de despertarse, lo que podría explicar por qué este tipo de personas se sienten menos activas cuando se levantan.


Por otra parte, la temperatura mínima tardía asociada a los noctámbulos se relaciona también con una mayor amplitud térmica. Como la amplitud térmica es mayor en los jóvenes y va disminuyendo con la edad, esta relación podría explicar por qué los adolescentes tienden a los hábitos nocturnos. Estas peculiaridades del biorritmo repercuten en qué horas del día somos más productivos, qué horas es conveniente dormir para descansar mejor y cómo afrontar cambios como el jet lag y los cambios de hora. 

Además, de manera general, no hay evidencias significativas de que cambiar la hora haga que durante la semana siguiente durmamos una hora más o una hora menos. De hecho, parece que esto interrumpe nuestro ritmo de descanso, que en ausencia de horarios es capaz de irse regulando según los días se acortan o se alargan. Además, el cambio de hora provoca una pérdida de sueño durante al menos una semana, con los consiguientes efectos sobre la energía, la concentración, el ánimo y el rendimiento. Debido a las diferencias entre individuos, el tiempo que tarda el cuerpo en reajustarse puede suponer desde uno o dos días hasta dos semanas, especialmente al cambiar al horario de primavera.



La mayoría de la gente (excepto los extremadamente madrugadores) se ajusta mejor a los retrasos de tiempo (pasar del horario de verano al de invierno y “ganar una hora”) que a los adelantos (pasar del horario de invierno al de verano y “perder una hora”). El adelanto de tiempo que supone pasar del horario de invierno al de verano parece ser especialmente dificultoso para los noctámbulos.


Entonces, ¿cambiamos la hora o no?

El hecho de que en el mundo actual los horarios sean tan importantes, y, en ocasiones, estrictos, para la jornada laboral, la hora de apertura de los comercios, etc., hace indispensable mantener un horario común. Sin embargo, está demostrado que diferentes tipos de personas tienen facilidad o dificultad en su rendimiento según qué horarios. Por ejemplo, al enfrentarse a un trabajo con horario de mañana una persona noctámbula no será capaz de mantener unos niveles de actividad tan altos como una madrugadora, y probablemente pierda horas de sueño que también repercutirán sobre su nivel de cansancio. Si añadimos el cambio de hora a este cóctel, en cualquiera de los biorritmos explicados, el resultado puede incluir unas repercusiones más o menos graves sobre nuestra salud. Esto, unido a las dudas sobre el ahorro energético que se ha propuesto como justificación tradicional del cambio de hora, parece indicar que el sistema genera más problemas de los que soluciona.


Considerando nuestro reloj biológico, lo más efectivo sería disponer de un horario que permitiera que el cuerpo se acostumbrara de manera natural a los cambios estacionales en la duración de los días y que también respetara las diferencias individuales. En conclusión, la solución para aprovechar mejor los días no debería ser establecer unos hábitos generales con variaciones bruscas, sino permitir unos horarios más flexibles (con un par de horas bastaría) que pudieran adecuarse a cada tipo de persona.


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Fuentes consultadas:



Fuentes de las imágenes:
Pixabay: noche y día cremallera, plantas con puesta de sol, ADN, mosca, reloj de muñeca
Naukas: nobel de medicina
Pexels: relojes de bolsillo, locomotoravela, escritorio iluminado, despertador, cama
Wikipedia: husos horarios
Unsplash: viajera cansada

lunes, 15 de octubre de 2018

Animales de Nobel


Más vale premio en mano que ciento volando

Los premios Nobel se otorgan anualmente desde hace más de cien años a personas que han contribuido significativamente a alguno de los posibles ámbitos de conocimiento, arte o desarrollo de la humanidad. Aunque las categorías establecidas son bastante limitadas, han bastado para premiar a notables literatos, científicos y políticos de todo el mundo a lo largo de los años. En esta ocasión, os propongo otorgar cada premio a una especie animal que haya destacado en cada ámbito, y de paso conocer algunas curiosidades sobre ellos.



Nobel de Literatura: El perro

Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre, y eso queda reflejado en nuestras historias. El perro nos acompaña ya desde los mitos antiguos, a modo de fiero guardián. El más famoso de ellos es probablemente Cancerbero, el perro de tres cabezas que en la mitología griega vigilaba la entrada al inframundo. Además, el perro ha acompañado a célebres personajes literarios como Ulises, Oliver Twist o Anna Karenina, haciéndose incluso un hueco en la literatura del siglo de oro con obras como El perro delhortelano de Lope de Vega o Elcoloquio de los perros de Miguel de Cervantes.

Dibujo de Cancerbero de Rubens

El perro ha estado ahí cuando ha sido amado (desde Lassie hasta los 101 dálmatas) y también cuando lo han temido (el mismísimo Sherlock Holmes se aterrorizó con El sabueso de los Baskerville) o despreciado (usando su nombre para menospreciar a los cadetes de La ciudad y los perros de Vargas Llosa o al Perro de Canción de Hielo y Fuego de George R. R. Martin). El perro también ha sido un personaje esencial en la literatura infantil (como Clifford el gran perro rojo) y juvenil (solo en Harry Potter salen tres: Fang, Fluffy y la forma animal de SiriusBlack), pasando por cómics (como Ideafix de Astérix y Obélix o Milú de Tintín) y fábulas (El perro y su reflejo, El perro y el lobo).



Por si esto fuera poco, el perro alcanzó su máximo esplendor con dos novelas de Jack London: La llamada de la selva y Colmillo Blanco, en las que un perro doméstico se asalvajó y uno salvaje se amansó. La fidelidad y el amor incondicional asociados al perro le sitúan por derecho propio como el ganador indiscutible de nuestro Nobel de Literatura animal.


Versión cinematográfica de La llamada de la selva de 1972


Nobel de economía: el cerdo

¿Quién no ha tenido una hucha con forma de cerdito? Se dan varias explicaciones posibles a por qué las huchas se suelen realizar en forma de cerdo, pero en cualquier caso está claro que este animal se ha asociado en numerosas culturas con la abundancia y el bienestar. Esto se debe a que el cerdo tiene una larga historia convivencia con el ser humano y, a diferencia de otros animales domésticos, se aprovechan prácticamente todas las partes de su cuerpo para elaborar alimentos.



Por otra parte, también se alude a que las huchas comenzaron a realizarse en Gran Bretaña con un tipo de arcilla anaranjada llamada pygg, similar a la palabra inglesa pig (“cerdo”) y de ahí su asociación.

En cualquier caso, está claro que el cerdito se merece este Nobel de Economía animal por guardar nuestros ahorros tan fielmente.

Un ejemplo de la explicación del cerdo como símbolo de la abundancia y otra centrada en la arcilla.


Nobel de medicina: la mosca del vinagre o de la fruta

La mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) es, en animales, la especie modelo por excelencia, especialmente en la investigación genética. Es decir, es una especie que se utiliza habitualmente en experimentación porque se conoce muy bien su biología y los resultados que se obtienen de su estudio pueden extrapolarse a otros organismos. En concreto, el éxito de la mosca como animal de experimentación se debe a su corto período de vida (que permite estudiar muchas generaciones en poco tiempo) y la posibilidad de encontrar en su genoma una equivalencia con gran cantidad de enfermedades genéticas humanas.


La mosca fue utilizada por primera vez por William E. Castle de la Universidad de Harvard en 1901, en una época en que los investigadores estaban buscando nuevas especies con las que experimentar. Castle buscaba generalizar sus estudios sobre los genes que determinaban el color de la piel, que hasta entonces había realizado con pequeños roedores. Dado que la mosca daba buenos resultados, y además era más barata y se reproducía más rápido que los mamíferos, su uso fue extendiéndose poco a poco. La experimentación en profundidad con la mosca comenzó en 1906, en la Universidad de Columbia, gracias a Thomas Hunt Morgan, célebre ganador del Nobel en 1933 por demostrar que los cromosomas son portadores de los genes, y su equipo.




Experimentando con cruces entre moscas de distinto aspecto, Morgan descubrió las bases de la herencia genética ligada a los cromosomas X e Y, que determinan el sexo. Los discípulos de Morgan siguieron avanzando en esta línea e inspiraron a otros para para ello. Así, la mosca ha permitido averiguar cómo la radiación puede ocasionar mutaciones (H. J. Muller, Premio Nobel en 1946), describir el ritmo circadiano o reloj biológico y, especialmente, estudiar enfermedades genéticas y/o neurológicas, como el Alzheimer y el Párkinson.

En resumen, los enormes avances médicos que se han realizado gracias a la mosca la convierten en merecida ganadora de nuestro Nobel de Medicina.

He basado la información en este interesante artículo de 2013 (en inglés), aunque también podéis leer un resumen de la historia de la mosca en experimentación en Wikipedia.


Nobel de la paz: la paloma

La paloma ha sido utilizada como símbolo del amor o el hogar desde la antigüedad, donde aparece asociada a divinidades de la mitología mesopotámica, griega o japonesa. En la tradición judeo-cristiana, se cuenta que tras el diluvio Noé supo que las aguas estaban bajando y había tierra firme gracias a que soltó una paloma y esta volvió con una rama de olivo en el pico. Esta imagen podría asociarse a la esperanza, la bondad o la divinidad. De hecho, el espíritu santo suele representarse en forma de paloma. 



En cualquier caso, la asociación de la paloma con la paz se popularizó a raíz del Congreso Mundial por la Paz de 1949. El emblema elegido para este Congreso fue una paloma pintada por Pablo Picasso, que ya había realizado varios dibujos de palomas anteriormente. Aunque la obra original representaba una paloma de manera realista, el éxito del símbolo fue tal que tiempo después Picasso realizó una versión simplificada de la “paloma de la paz”. La simbología de la paloma ha quedado desde entonces tan impresa en la sociedad que nuestro Nobel de la paz no podía ser más que para ella.




Nobel de química: la hormiga

Está claro que, entre los animales, los insectos son los campeones indiscutibles en cuanto al uso de señales químicas (feromonas). Muchos de ellos son capaces de utilizarlas, por ejemplo, para el apareamiento, pero es en los insectos sociales donde la comunicación química alcanza su máximo exponente. Para estos insectos, sobre todo himenópteros como abejas u hormigas, es fundamental reconocerse entre ellos e intercambiar información sobre, por ejemplo, dónde hay comida o si existe algún peligro cerca.

La identificación de las primeras feromonas en insectos se produjo en los años 60, dos sustancias relativas al apareamiento en abejas y polillas. El interés por las hormigas comenzó en 1962, con las investigaciones de E. O. Wilson sobre las retroalimentaciones en el comportamiento de estos animales.




Cuando una hormiga encuentra comida y la lleva al hormiguero, deja un rastro de feromonas que otras pueden seguir. Cuantas más hormigas recorran el mismo camino para obtener comida de forma exitosa, y más feromonas se acumulen, más aumentará el interés de todo el hormiguero por ir al sitio indicado a recolectar. Este comportamiento en el que la información de unos pocos individuos se traduce en un comportamiento colectivo puede hacerse más complejo hasta el punto de que “la comunidad” es capaz de “decidir” cuál es el camino más corto para llegar a una fuente de alimento o cuál es el mejor lugar de recolección entre varios posibles.

Además, las hormigas pueden producir una gran cantidad de químicos, muy específicos de cada especie y colonia, que les permite reconocerse entre ellas y diferenciarse de otras solo por las sustancias que recubren su piel. Esto, en circunstancias normales, les permite colaborar con sus familiares e identificar intrusas.




El interés por las hormigas ha continuado creciendo desde entonces, encontrando sofisticados patrones en numerosos aspectos de su comportamiento: el parasitismo, el cuidado de las larvas, las señales de alarma… Por eso, nuestro Nobel de Química animal no podía ser más que para ellas.

He basado la información en un artículo sobre comunicación general de hormigas y otro sobre reconocimiento entre congéneres.



Nobel de física: el gato de Schrödinger

El gato deSchödinger no existe. Se trata de una famosa paradoja que este físico utilizó en 1935 para explicar sus ideas sobre la teoría cuántica. La estructura de los átomos ha sido una de las cuestiones clave en la Física moderna desde que a principios de 1800 John Dalton propusiera la primera explicación a este respecto con base científica.




Dalton, para dar explicación a los fenómenos de reacciones químicas conocidos hasta entonces, postuló los átomos como unidades indivisibles que pueden combinarse entre sí. Sin embargo, con el paso de los años se descubrió que el átomo estaba a su vez compuesto por varias partículas que determinan que tenga o no carga eléctrica (electrones, protones y neutrones) y fueron surgiendo nuevos modelos para explicar cómo están situadas estas partículas en un átomo y cómo interaccionan entre sí.



Tras varias teorías, Erwin Schrödinger (ganador del Nobel en 1933) propuso en 1926 un modelo de átomo basado en la mecánica cuántica en la que los electrones son una onda. Según este modelo, no podemos saber con certeza, sino solo con una cierta probabilidad, dónde está un electrón de un átomo en un momento dado. Como el electrón tiene cierta probabilidad de estar en dos lugares diferentes, se interpreta una sobreposición de estados, es decir, que el electrón está en ambos simultáneamente.



Para ilustrar este fenómeno,  Schrödinger propuso la situación de estar frente a una caja opaca en cuyo interior se encuentran un gato y una botella con veneno que tiene el 50% de probabilidades de abrirse, de modo que no tenemos la seguridad de que en un momento dado el gato esté vivo o muerto. De hecho, se asume que el gato está vivo y muerto simultáneamente hasta que abramos la caja para comprobarlo. Así que le daremos el premio y, a la vez, no se lo daremos.




¿Qué te parecen los premios Nobel del mundo animal? ¿Se los darías a otros candidatos?
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Fuente de las imágenes:
Flickr: mosca
Blog secretos del arte: palomas de Picasso
Pixabay: hormigas 2, átomo artístico